Por María Laura González
La
jarra loca, marihuana, paco, éxtasis y cocaína. El consumo de
estas drogas llegó a uno de los picos más altos en la historia
de Argentina. Normalmente suele asociarse estas adicciones a las personas
de bajos recursos económicos, sin embargo, como bien lo demuestran
las estadísticas de hospitales públicos y entidades que luchan
contra la drogadicción, las drogas denominadas caras como
las pastillas, son moneda corriente en las noches porteñas y de todo
el país.
Los adolescentes son vulnerables en esa etapa de la vida. Aun vulnerables
frente a lo que se les presenta, quizás les resulte difícil
decir no al momento en que les ofrecen un estupefaciente. Muchas
veces el entorno desmerece y hasta excluye a aquellos que no quieren incluirse
en ese mundo sumamente peligroso, el de las drogas.
Gran cantidad de adolescentes que asisten a lugares bailables los fines de
semana, aseguran, en una nota publicada en la Revista Viva, que no es
difícil conseguir alguna pastilla u otro estimulante, que pueden costar
hasta $80, dentro de los boliches. Es un tema recurrente escuchar que
en las noches se hacen los after hours, donde chicos y grandes
bailan hasta el mediodía sin notar cansancio en su físico. Esto
puede darse por el consumo de algún estupefaciente que oculte ese cansancio
corporal.
El calmador es una nueva forma de ingerir medicamentos y mezclarlos
con alcohol. En las llamadas previas, los adolescentes se juntan a beber alcohol
sin límites y sin ser concientes de que alguna mezcla inadecuada puede
llevarlos a la muerte. No resulta sorprendente escuchar en los medios que
un gran número de chicos muere a causa de sobredosis o están
internados por coma alcohólico.
En base a esta problemática, el Observatorio Argentino de Drogas está
investigando cuáles son los niveles de dependencia de sustancias psicoactivas
en el rango de 12 a 65 años.
La Iglesia se alarma frente al incremento en el consumo de drogas en las villas
de emergencia, pero pareciera que la sociedad hace la vista gorda
frente a los nenes bien de la clase alta, que tienen igual o mayor
adicción.
En ese contexto, puede surgir la pregunta, de quién es la responsabilidad
de educar e instruir a los adolescentes, ¿las farmacias deberían
vender medicamentos sólo con recetas?¿el Estado debería,
además, frenar el tráfico de drogas?¿los padres deberían
hacerse responsables?.